Entender lo que se lee

Publicado el 3 de enero de 2018

Junto con los bajos niveles de lectura que tiene Chile, en nuestro país existe el problema de la poca comprensión lectora. Un hecho de especial gravedad que tiene implicancias en el desempeño académico y laboral, pero también en la vida diaria. Afortunadamente, se trata de un obstáculo posible de saltar gracias a técnicas y estilos de enseñanza que ponen un atractivo desafío a los educadores.

Nuestro país tiene uno de los más bajos niveles de comprensión lectora en la población adulta. Eso se traduce en menor empleabilidad, en bajos salarios y también en poca productividad a nivel nacional. Así lo estima un estudio realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), publicado en junio de 2016. El análisis denominado “Evaluación de las Competencias de Adultos” se aplicó en 34 países a más de 215 mil personas, entre 16 y 65 años de edad, y se hizo para calificar las competencias al leer, en matemáticas y en aspectos genéricos, por ejemplo, colaboración y organización de tiempo.

El interés por saber qué nivel de comprensión de lectura tenemos no es menor, se trata de un aspecto “imprescindible para comunicarse entre las personas, para favorecer las relaciones sociales y, por supuesto, para obtener logros académicos en todas las áreas”, afirma Marcela Guajardo, directora de la carrera de Educación General Básica de la Facultad de Educación de la Universidad Andrés Bello (UNAB).

La escasa comprensión de lectura que hay en Chile podría deberse a que algunas personas se saltan el primer paso en la alfabetización de los niños: leerles en voz alta desde la primera infancia. Así lo estiman desde Unicef y OEI (Organización de Estados Iberoamericanos). Aunque la etapa preescolar parece ser un momento clave para comenzar a fortalecer esta habilidad, la académica de la UNAB explica que “el desarrollo de la comprensión es constante y el papel del profesor como agente mediador y modelador es clave”.

Para trabajar en pro de la comprensión de lo que leemos, la llave está en el “modelamiento de habilidades vinculadas a la comprensión”, afirma Marcela Guajardo. Esto quiere decir que el profesor debe motivar la lectura, utilizando estrategias antes, durante y después de leer. “En la medida que se vincula a los estudiantes con procesos cálidos, ellos mejorarán sus logros en los procesos fríos y cognitivos”, añade la académica.

Las estrategias o fórmulas que se pueden llevar a cabo, no solo se refieren a las clases de lenguaje, también pueden estar presentes en otras materias o actividades. “La lectura debe estar asociada a todas las asignaturas, al igual que la escritura. Ambas son habilidades centrales para el aprendizaje, por tanto, en todas las áreas debiesen utilizarse estrategias de desarrollo comprensivo, como por ejemplo el uso de organizadores gráficos o mapas conceptuales”, agrega Guajardo.

El trabajo conjunto del profesor con los apoderados también es relevante, pero ellos son un apoyo para el trabajo escolar. “El foco debiese estar en la escuela y el soporte mediado por los profesores. Lo ideal es que los estudiantes se familiaricen con todo tipo de textos, literarios y no literarios, y cada vez más con lecturas de carácter infográfico. Por ello es muy importante que en todas las asignaturas se realicen procesos vinculados con el acto de leer, por ejemplo, en ciencias podrían acceder a la lectura de gráficos o infografías”, sugiere Guajardo.

Ayuda con Pre-Textos

Es fundamental que los estudiantes sientan el deseo de leer, por ello, todas las estrategias que favorezcan esto son cruciales. La Metodología Pre-Textos, desarrollada por Doris Sommer, académica de la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, fue llevada a más de cien establecimientos educacionales del país, a través de Red-Lab Sur de Fundación Chile. Uno de los objetivos de Pre-textos es que los alumnos puedan leer más, mejoren la interpretación del relato y lleguen a un ‘material difícil’ con gusto. El sistema aborda la comprensión de lectura, considerando al arte en el proceso educativo y, de esta forma, va promoviendo la creatividad. Concretamente, es un taller de varias semanas en que los estudiantes realizan preguntas acerca de un relato y muestran a sus compañeros las respuestas que encontraron, lo hacen a través de expresiones de arte: danza, teatro, música, pintura, etc. El sistema permite trabajar con textos clásicos de ‘vocabulario difícil’ para crear nuevas tramas, con renovadas acciones para los personajes, incluso está permitido cambiar registros de habla, entre otras intervenciones. En definitiva, la idea es apropiarse de la historia y crear a partir de ella.

Disfrutar para comprender

El actor y escritor, Premio Altazor de Literatura Infantil 2014, Luis Alberto Tamayo, es también profesor del Colegio Altamira, institución donde desarrolla la clase de cuenta cuentos para alumnos preescolares y de enseñanza básica. Con décadas dedicado a la literatura y al contacto con niños y jóvenes, tiene una especial reflexión acerca de la falta de comprensión respecto de lo que leemos: “Creo que se debe a que nos hemos alejado de lo humano. Y lo humano es el juego, entretenerse, pasarlo bien, divertirse averiguando el porqué de las cosas. Divertirse inventando mecanismos, formas de operar, de coordinarse para solucionar problemas. Lo básico es la humana conversación, la charla sentado en una piedra, en un tronco, en la taberna, caminando por un bosque examinando algún asunto, para mejorarlo o inventar algo mejor o algo nuevo, no visto. El lenguaje nos permite coordinarnos para hacer más de lo que puede hacer un ser solo”.

Al escritor y educador no le agradan las mediciones para cuantificar la comprensión de lectura. “Me dicen que las personas están mal en comprensión lectora, pero me lo dicen afirmados en pruebas largas, aburridas, hechas para medir cuánto se comprende, todo bajo el prisma de la competencia (…). Una pregunta con diferentes opciones de respuesta, solo una acertada, todo rígido, encajonado, fosilizado. Es falso que exista una respuesta única acertada a una pregunta de lenguaje”.

Antes de la ‘lectura comprensiva’ está la ‘escucha comprensiva’, dice el profesor. “Esa escucha es sin amenaza, solo con premio. Si entiendo el chascarro que me cuentan, me voy a reír, ese es mi premio, la risa”.

Se nos olvida, además –a juicio del escritor–, que lo fundamental para entender un texto oral o escrito es conocer el significado de las palabras, el vocabulario. Y este se aprende en el diálogo divertido, interesado, nervioso, asustado alegre, misterioso y cotidiano. Cuando estamos sumidos en actividades que nos importan –dice Luis Alberto Tamayo–, vamos ‘tragando’, palabras y dejándolas para siempre con nosotros: “Las escuchamos y la huella mnémica -registro corporal de las vivencias- se hace profunda cuando las incorporamos en un texto creado por nosotros, pero creado de la legítima necesidad de comunicarse”.

Una de las sugerencias puntuales del escritor es conversar con los niños y promover que los padres también lo hagan, además que insten a sus hijos a hablar con los vecinos, con los abuelos, con los tíos, etc.: “Ese diálogo es el que se ha debilitado. Entonces, hay diálogo horizontal entre pares etarios, con vocablos asumidos, un círculo cerrado. La forma de nutrir el lenguaje de los niños está en el relato, el dialogo, el examen de hechos, vidas de gentes interesantes. Saber el significado exacto de una palabra nos agranda el universo comprensivo y esto se da en un relato. No aprendemos el lenguaje memorizando a la fuerza largas listas de vocabulario, eso es antinatural. Lo que de verdad aprendemos, lo aprendemos sonriendo, emocionados por un buen relato, un relato que nos impresiona, compromete, identifica o conmueve. ¿Qué es una lezna , un diablito , un caimán? Palabras de nuestro mundo humano, si no sabemos qué es eso, parte fundamental de los humanos se queda fuera. Esto es lo que se vive en la literatura oral. Y luego vamos leyendo párrafos de grandes autores y vemos que un buen libro no es más que una buena conversación”.

Otro consejo puntual del profesor es, por ejemplo, decirle a los niños: te cuento la historia de Mohamed Alí, porque es digna de conocerse y te servirá, te hará sentido. Luego no es la idea sentarlo a responder una hoja con preguntas sobre lo que se le habló. “Yo solo puse la semilla, ahora irá a ver en Google, irá a las enciclopedias, a YouTube, leerá entrevistas y sabrá qué dijo el personaje para preferir ir a la cárcel y no a Vietnam. Si le fijo prueba, lo amenazo con que no cumpla con mis expectativas, entonces le dejo fuera de su propio y particular proceso. Eso entorpece el aprendizaje, lo anula en gran parte”.

Con estas y otras estrategias, lo que se busca en definitiva es crear, entre los estudiantes, el anhelo de leer, haciendo del hábito lector un disfrute en el que el alumno, a todo nivel, no realice la actividad como un acto mecánico, sino que advierta ahí una vía para conocer el mundo.

Paula Reyes Naranjo Periodista