Hace tres años, en junio de 2012, el Cruch (Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas) informó acerca de la incorporación de un nuevo sistema de cálculo de puntaje para para estudiar una carrera en algunas de las instituciones del Consejo. Según este, se consideran las notas obtenidas por los alumnos en la enseñanza media (NEM) de acuerdo con un mecanismo que pretende premiar talento y también a los alumnos que han aprovechado las oportunidades a su alcance.
Aunque no lo es, el sistema se bautizó como “ranking de notas” y sumó una nueva presión a los estudiantes secundarios, situando sus calificaciones como factor determinante para entrar o no a la institución de educación superior deseada.
El debate no tardó en llegar. Entre otras opiniones, Fernando Atria, autor de “ La mala educación ” (2012, Catalonia/Ciper), aseguró: “ El éxito de los compañeros será una amenaza. La situación sería peor que la más descarnada competencia en el mercado, porque en el mercado a cada agente le es indiferente el éxito de los demás y sólo importa el propio ”. (Artículo: “Los peligros de crear un sistema de ‘ranking’ para seleccionar a quienes ingresan a la universidad”, Ciper, 31. 07. 2012. Más información)
Por esos días, algunos colegios también anunciaron medidas para aplacar el impacto del ranking. Fue el caso del Liceo N°1 de Niñas, con un plan piloto según el que a todas las alumnas de cuarto medio, con 5,5 de promedio en cada ramo, tendrían una nota 7 adicional, calificación con valoración de 40% del promedio final de las asignaturas. De esta manera, una estudiante con promedio 5,5 pasaría a un 6,1, logrando 641 puntos de NEM, en lugar de 517.
El caso del ranking de notas refleja solo una arista de lo que es la competencia por obtener altas calificaciones, situándolas como sinónimo de un próspero futuro. Otro ejemplo aparece cuando llega el momento de rendir la prueba Simce y los colegios ponen en poder de sus alumnos el prestigio académico de su institución, transmitiéndoles, en algún grado, el estrés originado por su propia competencia. Esto lo ven muchos profesores y apoderados a diario: niños que recién inician su educación básica y ya se estresan cuando obtienen bajas calificaciones.
Concretamente, le sucedió a la profesora de ciencias y psicopedagoga Karen Wiedemann: “Mi hija de siete años llegó con cara de: ‘¿qué me va a decir mi mamá?’. Todo eso por un dictado en el que obtuvo nota 3,3. Ella decía que lo hizo mal y le pregunté por qué creía que había tenido esa nota. Me dijo que no practicó lo suficiente, pues estuvo jugando con el gatito nuevo. Y eso es lo que me interesa a mí, que ella se haya dado cuenta de que falló en un hábito de estudio”.
La misma forma, el mismo trato es el que esta educadora, jefa del Departamento de Ciencias en Trebulco School, aplica con los alumnos a los que hace clases, niños de quinto a séptimo básico: “Siempre les he dicho que la nota no me importa. La nota es reflejo de lo que yo enseñé, de cómo les llegó. Si les fue mal, algo pasó, y no es solo responsabilidad de ellos”.
Es mejor educar en modelos y hábitos, dice Karen Wiedemann, para quien, idealmente, las notas no deberían existir antes de cuarto básico. Agrega que la evaluación debiera hacerse siempre en relación al desarrollo de habilidades: “En primero básico, por ejemplo, lograr correctamente la lectura ligada, estipulando que el niño tiene diez meses para lograrlo. Algunos lo lograrán antes y otros después. Y está bien así, dice la educadora, hacerlo sin generar estrés por resultados.
En otros países, las notas no comienzan hasta octavo básico. En un estudio publicado por el diario La Tercera en el año 2008, donde se quiso obtener una visión más objetiva del sistema escolar chileno, se contactó a algunos profesores extranjeros trabajando en Chile y, entre las respuestas publicadas por esta investigación, figura la de Donia Dragutescu, italiana con más de veinte años viviendo en el país: “ En Italia, por ejemplo, hasta octavo año básico no hay notas y un alumno pasa de curso según su madurez y esfuerzo. ‘Acá, pasan con la calculadora: si tengo un rojo en tal ramo, pero tengo 5 en los otros; si tengo dos promedios rojos, pero un 6 en otro. No pasan por lo que saben ’.
Coincide su compatriota Francesco Tarozzi: “ Los papás están dispuestos a todo por la nota. Y tienen razón: como las calificaciones cuentan para la universidad, una décima puede cambiar el futuro de sus hijos. Si yo fuera padre acá en Chile, también pelearía por la décima ”.
Fragilidad emocional
El sicólogo del Colegio Altamira, Cristian Gajardo, asegura que no es necesario estresar a los alumnos por las notas. Más todavía si se contemplan las derivaciones de esta actitud: “Nosotros recibimos muchos niños hechos pedazos por este tipo de situaciones. Escolares de primero, segundo o tercero básico que no pudieron acoplarse, acomodar su forma de ser a lo que estaba ocurriendo como colegio. En definitiva, si un niño no logra escribir con la calidad que se requiere, el daño social que se le genera es grande”.
En algunas ocasiones puntuales, el estrés puede ser útil, pero cuando es una constante, cuando se convierte en la forma normal de responder, tiene graves consecuencias para la salud física, psíquica, emocional y social.
Según comenta el sicólogo, como consecuencia del estrés mal enfocado, los niños alcanzan un nivel de fragilidad emocional muy grande, no entienden por qué son rechazados, por qué son puestos fuera de un sistema donde tienen a sus amigos y juegan. Se sienten inferiores dentro de una competencia.
Profesores comprometidos
De acuerdo con su experiencia de 28 años trabajando como educadora, Karen Wiedemann afirma que debería existir la calificación en cuanto a evaluación del desarrollo de dos o tres habilidades. “Por ejemplo, en un laboratorio: seguir las instrucciones. Y por cada habilidad, evaluar conceptos. Si el niño tiene que llegar a cumplir eso, una determinada meta, habrá algo que le motive a continuar. Puede que sea más trabajo para el profesor, pero solo al principio, luego se vuelve costumbre y los niños terminan monitoreándose solos”.
Otra fórmula que recomienda la educadora es comunicar los objetivos desde el principio, porque permite que los niños estén más atentos: “La idea es no estudiar para la nota. Todo depende del enfoque que se haga al comenzar la unidad, decir qué se quiere lograr. De este modo, sin que se den cuenta, los alumnos desarrollan habilidades”.
Cristian Gajardo comenta que lo más bonito es ser capaz de entender los estilos de aprendizaje de cada alumno. “Por ejemplo, descubrir quiénes tienen más habilidad con la expresión oral y evaluar o hacer trabajos que propendan a que el niño se exprese de esa manera”.
La propuesta del sicólogo es estar atentos a las habilidades: “La prueba escrita con alternativas no es la única forma de evaluar. Hay trabajos en grupo, exposiciones, investigación, harto que hacer con las manos. De alguna manera, se le ha ido quitando importancia a ese tipo de actividades –que denotan igualmente el conocimiento del contenido– por sobre la estrategia escrita, ya que esta es el estándar para rendir el Simce y la PSU. Y es que la vida no se decide en alternativas o verdaderos y falsos. Tiene mucho más que ver como tú, comunicacionalmente, haces el esfuerzo por conectarte con el otro”.
Sintonía con el colegio
Vale saber que sin el apoyo del colegio es poco lo que pueden hacer los educadores. “Si un colegio tiene como fin el éxito a nivel de las calificaciones, es evidente que va a buscar las herramientas para que eso ocurra, porque hay niños que responden bien a esas fórmulas. El problema es con aquellos a los que no les sirve ese camino. Desde la lógica de esos colegios, los malos resultados no son culpa de la institución, sino del niño que no fue capaz. Entonces, un profesor tiene poco que hacer si el colegio es el que impone la exigencia de buenas notas”, afirma Cristian Gajardo.
Karen Wiedemann concuerda: “Los profesores y la institución educativa deben estar alineados hacia la misma forma de trabajo”. En su caso, ella ha advertido no solo el apoyo del lugar donde trabaja: “Siento que a mis alumnos les gusta mi clase, que no es fácil. Son niños que disfrutan y eso me hace decir que voy bien. La idea es ser un guía en la sala, si los niños hablan mucho en clase, los dejo, es un desorden organizado”.
Calificación parental
Gran parte del estrés por las notas parte de los papás. “Son ellos, muchas veces, los que estresan a los alumnos, porque las calificaciones de sus hijos parecen ser el reflejo de lo bien o mal que lo están haciendo ellos. En entrevistas con los padres de niños que tienen malas notas, les pregunto qué es lo malo de esas calificaciones y ellos no saben qué es lo negativo de una nota mala. No ven lo que puede haber detrás. Asimismo, celebran que obtengan buena nota, pero no importa cómo la obtengan”, comenta la psicopedagoga y profesora del colegio Trebulco. Agrega que, al explicar a los padres la importancia de involucrarse, tal vez, preguntando qué aprendió en la semana, haciéndolos entender que esto es un trabajo en conjunto de padres y profesores, su respuesta es positiva, entienden la labor que el profesor hace cuando se ocupa de fomentar valores y hábitos por sobre la calificación.
Para el sicólogo del colegio Altamira, hay otra manera de ver la responsabilidad de los padres: “Si un padre cree que un colegio puede garantizar el éxito de su hijo mediante las notas, que se atenga a las condiciones que eso implica. Si busca un colegio bilingüe y sabe que su hijo no tiene facilidad en el lenguaje… Finalmente, es una decisión de ellos. Quienes llevamos años trabajando, que venimos de vuelta, nos damos cuenta de que, efectivamente, ni el colegio donde uno estudia ni las notas que nos sacamos en la universidad, son tan importantes para el éxito. Hay una alta responsabilidad de los papás, más que del colegio. Porque tiene que ver con una postura ética: yo quiero esto para mis hijos y estoy dispuesto a que lleguen a las cinco de la tarde y tengan tareas por hacer hasta las diez de la noche. Porque eso me va a garantizar que mis hijos serán exitosos”.
Pero para el especialista todo esto tiene que ver con un asunto más profundo: la visión de éxito que se tiene. “Y es que si el niño no se saca solo sietes y, por ende, no entra a la universidad más reconocida, se sentirá un fracasado”, asegura.
Tres pautas para entregar a los papás:
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Aprender a organizar las tareas. En muchas ocasiones, la falta de organización es causa del estrés.
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Tomarse los resultados con relajo: los niños no tienen por qué ser perfectos, tampoco los mejores en todo. Lo importante es que sean felices.
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Educar con el ejemplo. Cuando los adultos estamos estresados, hay probabilidades de contagiar nuestro nivel de activación a los niños del entorno.
Paula Reyes Naranjo Periodista