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Niños con poca tolerancia a la frustración

Todos lamentamos que las cosas no salgan como esperamos. Por ejemplo, si al perder un juego el niño expresa su malestar, se desanima y no quiere seguir participando, la reacción sería completamente normal, pero si cae en actitudes desmesuradas, agresividad, gritos, insultos o desinterés permanente por esa actividad, entonces, sí hay un problema, porque la frustración debe ser un estado breve. En este segundo caso, hay claves para trabajar.

Chile avanzó al lugar número 27 en el último ranking de la felicidad elaborado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el mismo informe muestra que entre los chilenos existe poca tolerancia a la frustración y a la espera, así como sensación de inmediatez en todos los ámbitos de la vida, situación vinculada a la presión laboral de ser exitosos. Esta realidad que afecta a los adultos, se gesta desde la infancia y para comprender mejor el problema, es importante definir qué es exactamente tolerar la frustración. Se trata de aprender, entre otras cosas, a enfrentar los problemas, las propias limitaciones y la numerosa cantidad de respuestas negativas y situaciones adversas que la vida incluye. Catalina Valenzuela, directora de la Escuela de Psicología de Universidad de Las Américas, especifica: “Es tener la capacidad de manejar la respuesta emocional negativa que aparece a propósito de la imposibilidad de lograr o conseguir un objetivo. Tolerar la rabia, la pena o la angustia que implica no lograr lo que se espera, y por ende, responder de manera controlada y asertiva”.

En general, los niños con poca tolerancia a la frustración tienen características que hacen fácil identificarlos. Por ejemplo, tienen dificultades para controlar sus emociones, son más impulsivos e impacientes y buscan satisfacer sus necesidades al instante, y cuando esto no ocurre, tienden a caer en el llanto o las rabietas. También son exigentes y pueden desarrollar cuadros de ansiedad o depresión ante conflictos o dificultades mayores. Es usual, además, que estos niños  asuman que los demás  giran en torno suyo y que son merecedores de todo, de manera que cualquier límite les parece injusto y les cuesta comprender por qué no obtienen lo que desean. Otras conductas que los especialistas identifican son la poca flexibilidad y adaptabilidad, un pensamiento radical y la continua exigencia a sus padres.

Origen del problema

Desde su nacimiento, cada niño tiene un carácter definido y existen factores biológicos que determinan la baja tolerancia a la frustración. Entre otros, podemos mencionar la inmadurez cerebral y la disminución de dopamina y serotonina en las redes neuronales, afirma Catalina Valenzuela.

Contemplando lo anterior, no se debe olvidar que hay situaciones capaces de moldear la personalidad: los factores medioambientales. Se refieren, principalmente, a la familia y todo entorno que tenga el pequeño, punto en el que cabe recordar la importancia de los modelos. De esta forma, si los padres tienen una baja tolerancia a la frustración, lo más probable es que el menor se desenvuelva de la misma manera.

La sobreprotección es otro desencadenante. Cuando los padres evitan que sus hijos enfrenten situaciones conflictivas, lo que hacen es que los niños no sepan cómo actuar cuando están solos, aumentando así la dificultad para tolerar la frustración. Catalina Valenzuela agrega: “Entre los factores ambientales también están el estrés, pues pertenencemos a una sociedad competitiva que valora el logro de objetivos más que la obtención de relaciones”.

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Sabemos que las personas que toleran menos la frustración, habitualmente, han tenido escasas herramientas durante su desarrollo para evaluar y superar los momentos difíciles, con poca capacidad para resolver desde sus propias condiciones las dificultades o problemas que se les han presentado en la vida; de esta forma, una situación que no pueden resolver significa inmediatamente una sensación de sobrecarga emocional lo que se traduce en una expresión muy poco sana de sus emociones. Esto es algo que se desarrolla desde la primera infancia, pero que se manifiesta con fuerza y claridad en la adultez”.

La especialista explica, además, que en la primera infancia la falta de control de la tolerancia es normal: “Sabemos que los niños, mientras más pequeños, más dificultades tienen para manejar la frustración, porque aún tienen cerebros muy inmaduros que no les permiten un control adecuado de su emocionalidad. Mientras menor sea, más egocéntrico y menos adaptado o ajustado al mundo social, de manera que es natural que los niños se frustren con mucha facilidad; esto es parte del proceso. Lo relevante es que durante el desarrollo, los padres y figuras significativas de ese niño vayan poniendo límites y enseñando a ese pequeño a controlar la respuesta emocional que aparece cuando se frustra. Un buen trabajo en la infancia asegura una buena proyección en la adultez”.

Luego –aconseja la psicóloga– es importante estimular el buen manejo y control emocional para después desarrollar la capacidad de análisis y reflexión racional respecto de lo que está ocurriendo. “Del mismo modo, acentuar la flexibilidad cognitiva, la creatividad y el cambio de estrategias es algo que puede permitirle encontrar nuevas formas de resolver o lograr lo que busca. Finalmente, hacer foco en el logro de herramientas más que en la obtención de objetivos, ya que de cada obstáculo o error se puede aprender algo que evite volver a equivocarse o dejar de avanzar en el futuro”, asegura Catalina Valenzuela.

Las fórmulas de éxito

Cuando los niños son muy pequeños, piensan que el mundo gira en torno suyo, entienden que merecen todo lo que desean y, en ese escenario, no comprenden los límites, les parecen injustos. Esto proviene de su inmadurez cerebral, de que aún no son capaces de ponerse en el lugar del otro. Entonces, su frustración es comprensible. Aun así, los padres deben ir integrando límites lentamente y con tranquila firmeza.

“Es importante que esto sea una conducta aprendida. Cuando el niño asume que existen límites en el mundo, entiende que no puede comportarse o hacer lo que se le plazca todo el tiempo. Con la imposición y aprendizaje de los límites, va asumiendo que existen otros que también necesitan y requieren de acciones, igual que él, lo que evidentemente implica que aprenda a ponerse en el lugar del otro, aprendal a ser más empático, a respetar turnos, a dejar que los otros se expresen y entiende que, a veces, puede ganar, pero también en ocasiones puede perder; que a veces lo puede hacer bien, pero otras le puede resultar mal. Todos estos aprendizajes son mínimos y necesarios para el desarrollo natural y normal de un niño”.

Más claves:

  • En primer lugar, resulta fundamental que los padres identifiquen si los problemas de conducta del niño tienen relación con la poca tolerancia a la frustración o se debe a otros conflictos emocionales. En el primer caso, entonces, se recomienda ayudar al niño a tomar conciencia de sus reacciones cuando se siente frustrado  con el fin de que puedan juntos determinar las razones específicas que las ocasionan.
  • Procurar que el niño aprenda a distinguir entre sus deseos y necesidades. Los más impulsivos tienden a confundirse, por lo que hay que guiarlos y anticiparse a las situaciones conflictivas, para que reflexionen y discriminen.
  • Fijar límites y metas de acuerdo con la edad y habilidades del niño. Un menor con menos habilidades para determinada actividad puede frustrarse muy fácilmente, de manera que resulta importante enseñar a dar valor al proceso y esfuerzo, no solamente al resultado.
  • Darle seguridad; si el niño sabe que tiene el amor de sus padres, aunque se equivoque, estará confiado en que puede contar con ellos.
  • Evitar la sobreprotección, permitiendo que aprenda a resolver sus problemas. Es importante trabajar en un equilibrio, donde el pequeño no se exponga a muchas frustraciones, pero tampoco a un contexto donde todo lo puede hacer.
  • Ser un modelo ante problemas, no descontrolándose delante de ellos, sino reconociendo la existencia del contratiempo y buscando soluciones, sin enojarse. El objetivo es que frente a la adversidad los niños vean que se puede reaccionar serenamente.

Ante una pataleta o falta de control por parte del niño, es mejor no actuar de inmediato. Cuando un menor se irrita, no procesa los argumentos con claridad y, por lo mismo, se hace necesario que la situación se calme. Entonces, cuando el niño logre relajarse, se puede tratar de razonar con él. Como en muchas ocasiones no sabe cómo verbalizar su sentimiento de frustración, resulta de gran ayuda decirle, por ejemplo: “Veo que estás enojado, porque no resultó tal cosa, ¿qué te parece si esperamos un poco y lo vuelves a intentar?

Otro momento en que el niño debe enfrentarse a la frustración es cuando está aprendiendo algo nuevo, lo que requiere el doble esfuerzo de aceptar el error como parte del aprendizaje. Se recomienda valorar con el pequeño el aporte de las equivocaciones al momento de aprender y reconocer juntos es esfuerzo que implica intentarlo de nuevo. Por ejemplo, decirle: “Muchas veces, las cosas no resultan a la primera, pero ya sabes que todos nos equivocamos. Considera que el error es parte necesaria de los aprendizajes y puede ser entretenido comenzar otra vez y buscar soluciones”. En el mismo sentido, hay que ser tolerante con las equivocaciones de los niños y reconocer su esfuerzo.

Asimismo, el humor siempre ayuda. Enfrentar de buen ánimo y con una actitud positiva y liviana los errores cometidos,  demuestra que no pasa nada si no somos buenos en algo o no nos resulta determinada actividad. Los niños lo pueden aprender con facilidad si ven que sus adultos modelo también se equivocan y se lo toman con humor. Pedir ayuda también es importante y, en ocasiones, hay que enseñar a pedir ‘una mano’. Lo primero es motivarlo a que busque una solución, pero cuando nos demos cuenta que el niño no sabe qué más hacer, entonces podemos intervenir.

Jugar con el niño a interpretar una situación frustrante que reconozca, también ayuda. Por ejemplo: suponer que no puede salir a jugar, porque tiene tareas por hacer. Primero, el niño interpretará la situación como frustración, pero luego adoptará la actitud contraria, buscando la manera de resolver el problema, pero sin la presión que sentiría si le estuviera ocurriendo realmente.

Ocho tips fundamentales

  • No dejar ganar siempre al niño para evitar que se enoje, pues de este modo acabará pensando que las cosas siempre le serán favorables y no tendrá la experiencia de enfrentar obstáculos.
  • Así como no hay que dejar que gane siempre ni que haga lo que quiera, tampoco es sano un control estricto y férreo; hay que buscar equilibrios.
  • No ceder ante rabietas, porque aprenderá que es la forma de resolver los problemas.
  • Si reacciona con agresividad, señalar inmediatamente que esa actitud no le soluciona nada y que su comportamiento puede provocar rechazo en su entorno.
  • Empatizar cuando exprese su frustración adecuadamente y animarlo para que siga intentando lo que no resultó.
  • Enseñar que es necesario esforzarse para aprender y que, en muchas ocasiones, ese el mejor camino para resolver algunos de los fracasos.
  • Enseñarle también a ser perseverante. Si aprende que siendo constante puede solucionar muchos de sus adversidades, sabrá controlar la frustración en otras ocasiones.
  • Marcar objetivos realistas y razonables, sin exigir que se enfrente a situaciones que, por su edad o madurez, sea incapaz de sobrellevar.

Paula Reyes Naranjo Periodista