

Aunque muchos colegios ya cuentan con conectividad, dispositivos o plataformas educativas, los desafíos persisten: ¿cómo seleccionar herramientas pertinentes?, ¿cómo evitar que lo digital se convierta en un fin en sí mismo?, ¿cómo equilibrar lo tecnológico con lo humano en la sala de clases? “Hoy no basta con saber usar una aplicación, lo que necesitamos es comprender su sentido en el proceso educativo”, sostiene Daniela Urrutia, profesora de Lenguaje y Magíster en Tecnología Educativa de UNIACC. “La pregunta no es qué tecnología usamos, sino para qué la usamos y cómo eso transforma o enriquece el aprendizaje”.
Tecnología sin pedagogía: el riesgo de la fragmentación
En muchas ocasiones, el entusiasmo por las herramientas digitales puede llevar a una lógica de acumulación: más plataformas, más apps, más interactividad, pero menos foco. En ese camino, se corre el riesgo de desdibujar los objetivos de aprendizaje, fragmentar los contenidos y poner más atención a la herramienta que al estudiante.
“El gran desafío es no perder el norte pedagógico. No se trata de entretener por entretener, sino de enriquecer la experiencia de aprendizaje”, advierte Urrutia. “Una presentación en Genially puede ser muy vistosa, pero si no está articulada con una actividad significativa o una reflexión posterior, se convierte en fuegos artificiales educativos”.
En la misma línea, Ignacio Fuenzalida, profesor de Historia y Ciencias Sociales y licenciado en Educación de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, plantea que “la integración tecnológica debe estar siempre al servicio de una planificación sólida. La herramienta no puede ser el centro de la clase; el foco debe ser el aprendizaje, no el dispositivo”.
Buenas prácticas desde las aulas
A pesar de las dificultades, cientos de docentes en Chile están innovando con recursos digitales, incluso en contextos con escasos recursos o conectividad limitada. Es el caso de Marisol Gutiérrez, profesora de Historia en una escuela rural de la Región del Maule, quien comenzó a usar audios de WhatsApp como cápsulas de aprendizaje durante la pandemia y hoy los transforma en podcasts grabados por sus propios estudiantes. “Primero fue una necesidad, porque muchos no tenían buena conexión. Pero luego me di cuenta de que grabarse y escucharse ayudaba a que los estudiantes reflexionaran más sobre lo que decían. Ahora hacen guiones, investigan, se graban y editan. Aprenden mucho más que solo con una guía impresa”, cuenta Marisol.
Casos como este muestran que la integración de tecnología no depende únicamente del acceso a sofisticados recursos, sino de una actitud creativa, reflexiva y colaborativa frente a la enseñanza.
Cambiar la cultura, no solo la herramienta
Para Rodrigo Leiva, psicólogo educacional de la Universidad Andrés Bello, la clave no está en acumular plataformas, sino en transformar la manera en que se entiende el proceso de enseñanza-aprendizaje. “La tecnología puede abrir muchas posibilidades, pero solo si viene acompañada de una reflexión pedagógica profunda. Si no, se convierte en un distractor más”.
Leiva agrega que uno de los principales frenos en la adopción de herramientas digitales sigue siendo el miedo a equivocarse: “Muchos docentes creen que deben dominar completamente la tecnología antes de usarla. Pero parte del proceso es aprender en conjunto con los estudiantes, equivocarse, ajustar y volver a intentar”.
¿Por dónde empezar? Estrategias para una integración consciente
Para quienes están dando sus primeros pasos, integrar recursos digitales puede parecer una tarea abrumadora. Por eso, la clave es comenzar con pequeños cambios que respondan a necesidades concretas del aula.
1. Detecta una necesidad pedagógica antes de buscar la herramienta.
No se trata de adaptar la clase a la tecnología, sino de buscar tecnología que resuelva un problema específico. ¿Hay un bajo nivel de participación? Quizá una pizarra colaborativa como Padlet o Jamboard puede ayudar. ¿Necesitas evaluar sin estrés? Prueba con juegos como Wordwall, Schoolai o Kahoot, pero siempre con foco en la retroalimentación.
En el mercado actual existen múltiples soluciones que combinan materiales impresos con herramientas digitales para enriquecer el aprendizaje. Los cuadernos de Caligrafix ofrecen ejercicios interactivos y seguimiento de progreso, mientras que los marcadores de realidad aumentada de PleIQ proyectan animaciones 3D sobre la página física, reforzando conceptos y fomentando la exploración autónoma. Por su parte, SIMA integra dinámicas lúdicas y gamificación con realidad aumentada para incentivar la participación y la colaboración en el aula. Todas estas opciones están disponibles en los cuadernos digitales mediante QR, accesible desde cualquier móvil o tableta, y, en sesiones grupales, pueden proyectarse en tiempo real mediante Vysor, lo que facilita la explicación, la modelación y la interacción colectiva.
2. Fomenta la creación, no solo el consumo.
“Uno de los mayores potenciales de la tecnología es que convierte al estudiante en productor de contenido”, afirma Urrutia. Herramientas como Canva, CapCut o Book Creator permiten que los estudiantes exploren distintos lenguajes y desarrollen pensamiento crítico, creatividad y comunicación.
3. Aprovecha lo que tus estudiantes ya usan.
Si usan TikTok o Instagram, piensa cómo pueden crear contenido educativo. “Una estudiante hizo un tutorial de matemáticas con memes y stickers y logró que todos entendieran un tema difícil. Eso no lo logra cualquier PowerPoint”, comenta Marisol.
4. No lo hagas solo.
Conversa con colegas, arma pequeños grupos de experimentación, comparte lo que funcionó y lo que no. Muchas veces otro docente ya recorrió el camino y puede darte una pista valiosa.
5. Evalúa con otros criterios.
Cuando trabajes con recursos digitales, considera no solo los resultados académicos, sino también la participación, el compromiso, la colaboración y la creatividad. La tecnología puede ser una oportunidad para observar el aprendizaje desde nuevos ángulos.
Tecnología con propósito
“La tecnología es poderosa, pero no neutra”, recuerda Urrutia. “Por eso necesitamos una mirada crítica, que incluya preguntas éticas, pedagógicas y culturales. Si no, corremos el riesgo de reproducir desigualdades y de reducir la educación a un catálogo de plataformas”.
Fuenzalida coincide: “Educar en lo digital no es solo enseñar a usar herramientas, sino también formar pensamiento crítico y promover una cultura colaborativa. Si no abordamos esa dimensión, estamos dejando fuera lo más importante”.
La buena noticia es que cada vez más docentes están dando este paso. Con creatividad, reflexión y colaboración, las herramientas digitales pueden ser aliadas para transformar la educación en experiencias más inclusivas, dinámicas y significativas. La clave está en no dejarse deslumbrar por la novedad y volver siempre a lo esencial: poner la tecnología al servicio del aprendizaje y no al revés.
Paula Reyes Naranjo