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Detectar, comprender y atender: el desafío de las necesidades educativas especiales (NEE) en el aula

Durante el año escolar, muchas familias y docentes se enfrentan a una realidad que aún genera dudas, temores e incertidumbre: la presencia de NEE en el aula. ¿Cómo detectarlas a tiempo? ¿Qué rol deben asumir los colegios? ¿Y cómo acompañar, sin sobreproteger, a estos niños y niñas para que puedan desplegar su máximo potencial?

El concepto de NEE no remite a un diagnóstico específico, sino a una condición transitoria o permanente que dificulta el aprendizaje en el contexto escolar. Puede tratarse de una discapacidad, como la hipoacusia o el autismo, pero también de situaciones emocionales o sociales que afectan el desempeño escolar. El marco legal chileno ha avanzado en reconocer el derecho a la educación inclusiva, pero la práctica cotidiana aún presenta grandes desafíos.

“Lo primero es dejar atrás el estigma”, señala Carolina Sepúlveda, psicopedagoga de la Pontificia Universidad Católica de Chile, especialista en inclusión. “Los niños con NEE no son menos capaces. Tienen formas diferentes de aprender y necesitan apoyos que se pueden implementar con voluntad y estrategias adecuadas”.

La experta ha trabajado por más de 15 años acompañando a escuelas en la implementación de Programas de Integración Escolar (PIE), y asegura que muchas veces el desconocimiento es lo que más perjudica a los estudiantes. "Cuando un niño con necesidades distintas se encuentra con un entorno que lo acoge y adapta, florece. No se trata de caridad, se trata de justicia educativa".

¿Cómo detectar las señales?

En educación parvularia y en los primeros años de enseñanza básica, hay pistas que pueden dar cuenta de la necesidad de una evaluación especializada: dificultades para concentrarse, no seguir instrucciones simples, problemas en el desarrollo del lenguaje, crisis emocionales recurrentes o desconexión con los compañeros. Sin embargo, estas señales no deben confundirse con la diversidad natural del desarrollo infantil.

“El error más común es diagnosticar demasiado rápido o, por el contrario, no intervenir nunca por miedo al diagnóstico”, explica el Andrés Muñoz, neuropsicólogo infantil de la Universidad de Buenos Aires. “Lo ideal es observar con atención, conversar con la familia y, si persisten las señales, derivar a una evaluación integral que contemple el contexto del niño”.

En su consulta, Muñoz ha visto cómo una intervención oportuna puede transformar la trayectoria escolar de un niño. “He visto casos en que, tras una evaluación completa, lo que parecía un trastorno severo resultó ser ansiedad. Y al tratarla, el rendimiento escolar cambió radicalmente. No podemos subestimar el impacto del entorno y de las emociones en el aprendizaje”.

Programa de Integración Escolar (PIE) y apoyos especializados

En Chile, los PIE han sido una herramienta clave para avanzar en inclusión. Permiten que estudiantes con NEE permanentes o transitorias reciban apoyo de profesionales especializados dentro de la escuela, como fonoaudiólogos, terapeutas ocupacionales o psicopedagogos. Sin embargo, la cobertura sigue siendo insuficiente, y la calidad del acompañamiento varía enormemente entre establecimientos.

“El PIE no es una fórmula mágica, pero cuando funciona bien, cambia vidas”, afirma Sepúlveda. “No se trata solo de tener un profesional en la escuela, sino de integrar su trabajo al proyecto educativo, formar a los docentes e involucrar a las familias”.

La implementación efectiva de estos programas requiere planificación, financiamiento y continuidad. Según cifras del Ministerio de Educación, más del 30% de los estudiantes con NEE no cuenta con el apoyo adecuado, lo que refuerza las brechas.

Un trabajo en red

La inclusión no depende sólo del colegio. Las familias cumplen un rol fundamental. Padres, madres y cuidadores deben ser aliados activos en el proceso educativo, pero muchas veces se sienten culpables, inseguros o mal informados.

“Es importante que los padres pierdan el miedo y se involucren activamente”, dice Sepúlveda. “La detección temprana no es una sentencia, es una oportunidad de apoyar mejor a los hijos”.

Para Muñoz, el modelo ideal es uno que articule escuela, salud y familia. “Un niño con TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad), por ejemplo, necesita adaptaciones en el aula, pero también estrategias familiares y en algunos casos, tratamiento médico. Si cada actor actúa por separado, se pierde eficacia”.

También es importante apoyar emocionalmente a las familias. “No basta con entregar un informe de evaluación”, agrega. “Es necesario acompañar a los padres en la comprensión del diagnóstico, en la aceptación y en el empoderamiento para que puedan tomar decisiones informadas”.

Más allá del currículum

Uno de los grandes desafíos es adaptar el currículum sin excluir al estudiante. Las adecuaciones curriculares permiten mantener los objetivos de aprendizaje, pero ajustando los métodos, materiales o tiempos requeridos. En algunos casos, se requiere un currículum funcional, que prioriza habilidades para la vida cotidiana.

“Lo esencial es que el niño sienta que puede”, resume Sepúlveda. “Que no es el que siempre ‘molesta’ o ‘queda atrás’, sino alguien que tiene un lugar en el grupo y que puede avanzar a su ritmo”.

Las estrategias son múltiples: apoyos visuales, rutinas estructuradas, uso de tecnologías, trabajo en pequeños grupos, adaptaciones físicas del aula, entre otras. Lo importante es que la respuesta sea personalizada y contextualizada.

“Cada niño es único”, enfatiza Muñoz. “No se trata de encajar a todos en el mismo molde, sino de flexibilizar el sistema para que se adapte a sus necesidades. Esa es la verdadera inclusión”.

Hacia una inclusión real

Aunque la ley exige que todos los colegios estén abiertos a recibir estudiantes con NEE, aún persisten prácticas discriminatorias. Hay escuelas que se niegan a matricular a niños con autismo, que solicitan certificados médicos para rechazar una postulación, o que exigen a los padres financiar apoyos externos que el colegio no está dispuesto a ofrecer.

“Necesitamos más capacitación, más recursos y más compromiso institucional”, dice Sepúlveda. “Pero también más sensibilidad. A veces, un gesto de acogida cambia la historia de un niño”.

La formación docente en educación inclusiva es otro punto crítico. Muchos profesores declaran no sentirse preparados para atender a estudiantes con NEE, lo que genera frustración y desgaste.

“El apoyo a los docentes es clave”, sostiene Muñoz. “La inclusión no debe ser una carga, sino una oportunidad para enriquecer la práctica pedagógica. Cuando los profesores reciben herramientas, la inclusión deja de ser un problema y se convierte en parte de su identidad profesional”.

¿Qué puedes hacer tú como apoderado o docente?

* Observar sin prejuzgar: Si notas dificultades persistentes, conversa con el niño, la familia y el equipo docente.

* Evitar etiquetas: No digas “es flojo”, “es desobediente”, “es raro”. Pregúntate qué está detrás de su conducta.

* Respetar los ritmos: No todos los niños aprenden igual ni al mismo tiempo.

* Validar sus logros: Celebra cada avance, por pequeño que sea.

* Buscar apoyo: No estás solo: existen profesionales, redes y recursos disponibles.

Porque una escuela realmente inclusiva no es la que integra a unos pocos, sino la que transforma su forma de enseñar para que todos tengan un lugar. Y eso, más que una meta, es una responsabilidad compartida.

Paula Reyes Naranjo