A clases y por primera vez

Publicado el 17 de febrero de 2021

De la casa al jardín infantil y del jardín al colegio. Dos pasos importantes que pueden provocar cambios de comportamiento o dificultades de adaptación en los más pequeños de la casa. Y ¿cómo no? Si habrá ajuste de rutinas diarias y horarios, obligaciones, necesidad de mayor autonomía y de desenvolverse en nuevos espacios, además de contacto con personas que al principio serán desconocidas. No es menor, pero lo principal es comprender a los niños y empatizar con sus sentimientos y pensamientos. Aun en tiempos de pandemia tocará enfrentar estas nuevas situaciones y como familia hay que estar preparados.

Los niños están en permanente aprendizaje y por eso cualquier cambio les puede generar cierta ansiedad. María Lidia Guzmán, Magíster en Psicología, nos entregó algunas recomendaciones para apoyar a los niños durante el proceso de adaptación y nos recordó que son los adultos los responsables de entregar herramientas de socialización afectiva. “El ingreso a la sala cuna y jardín infantil es la primera conquista de un mundo diferente a la familia, extraño y ajeno, por lo que el niño requiere un especial apoyo, que considera extra paciencia. Los cambios importantes en la vida requieren tiempo de elaboración, y los adultos tenemos que respetarlos y acompañarlos”, aclara la profesional.

Cuando inician esta etapa, los pequeños enfrentan la separación de sus figuras cuidadoras habituales y deben aprender a confiar en otras personas, por ejemplo, tías y auxiliares. Poco a poco, incorporarán rutinas, se relacionarán y compartirán con otros, un proceso progresivo que irá permitiendo el desarrollo de la autonomía, la apertura social y la adquisición de destrezas motoras, cognitivas y socioemocionales.

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Es importante comprender que la separación de los padres no será fácil y la nueva situación puede generar miedo. También es normal la presencia de ansiedad, irritabilidad, mayor sensibilidad, llanto, obstinación, pataletas, dificultades para dormir, inapetencia e inquietud. “Como algunos autores dicen, es importante que el jardín o colegio sea familiar para el niño o niña. Esto es una invitación a que los apoderados y adultos responsables acompañen el primer día e incluso antes a conocer el jardín, recorrerlo e interactuar con el equipo educativo. Los padres y apoderados debieran, en la medida de lo posible, darse el tiempo de ir con los niños al jardín, mostrarle los nuevos espacios en que jugarán y presentarle a los adultos que los acompañarán, guiarán y cuidarán”, explica María Lidia.

Ya iniciado el período de clases, afortunadamente es usual que los jardines o colegios tengan protocolos o pautas que permiten, en las primeras semanas, que los papás acompañen a sus hijos en parte de la jornada. Al principio, es común, además, que los horarios sean reducidos y vayan extendiéndose paulatinamente. ¿Qué pasa si el pequeño llora? “Lo recomendable siempre es mantener la calma, mostrando seguridad y confianza. La despedida debe ser un proceso natural y afectuoso, donde le explique que se irá, pero que volverá a buscarlo a una hora determinada. Nunca se esconda, ni salga arrancando”, afirma la coordinadora.

La profesional aconseja, además, que los padres informen a las educadoras de los aspectos relevantes que les permitan conocer mejor a sus hijos, “tanto las educadoras de párvulos como las técnicos en educación parvularia están preparadas para apoyar a los niños y las niñas durante el proceso de adaptación”, asegura Maria Lidia. Por eso, se recomienda mantener una comunicación fluida con el equipo educativo y pedir información sobre el comportamiento del niño al retirarlo.

Con el paso de los días, lo habitual es que el niño baje su nivel de temor, ansiedad, irritabilidad o dificultad de separación de las figuras de apego. También debiera ir adecuando sus rutinas diarias y no será extraño que comience a mencionar a sus nuevos amigos o las personas cuidadoras, y que relate con alegría acerca de las actividades diarias que va realizando y muestre agrado de ir al jardín.

Durante los procesos de adaptación, también es natural que los niños necesiten objetos afectivos que utilizan como un “bastón” o apoyo emocional. “Permita que su hijo presente su pelota, muñeca o robot a otros adultos, de esta manera ellos se sentirán más seguros y confiados. Estos objetos transicionales (juguetes para los niños) forman un puente entre los padres y los primeros amigos”, explica María Lidia.

En el paso del jardín o educación parvularia al primer año de educación básica, la situación es similar: los niños experimentan un proceso de adaptación, donde surgen nuevas rutinas y horarios, esta vez se enfrentarán a más reglas y requerirán ser cada vez más autónomos. También conocerán nuevos compañeros y adultos que representarán una autoridad. Así, nuevamente puede haber cambios emocionales y de conducta: temor, ansiedad, irritabilidad, mayor sensibilidad, etc. Pero serán un problema solo cuando se agudicen y perduren en el tiempo. Si es así, puede aparecer un trastorno adaptativo o reactivo, que interfiere en el curso normal del desarrollo del niño y es importante pedir ayuda para que un especialista sea quien informe si es parte normal de su proceso de adaptación o si se trata de un trastorno con necesidad de tratamiento.

Para ambos casos, es importante entender que “el acompañamiento no solo es presencial. Una vez que el hijo está en el hogar, hay que preguntarle sobre su día en el establecimiento y dejarlo que se explaye al relatar sus experiencias. Si el niño todavía no habla, hay que observar si hay cambios en su comportamiento”, agrega la profesional.

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Recomendaciones para hacer más fácil la transición

  1. Empatizar con el sentir de los hijos, comprenderlos y contenerlos. Decirles que uno entiende lo que le pasa, que sabe lo que siente y acoger su expresión de malestar, preocupación o miedo.
  2. Acompañarlo en su sentir, poniendo palabras a las expresiones afectivas que observemos en ellos. Por ejemplo: veo en tu carita que estás nervioso, preocupado, etc. La intención es que pueda verbalizar aquello que sienta y los adultos podamos escucharlo y contenerlo, transmitiéndoles confianza y seguridad.
  3. Anticiparse a lo que puede ocurrirle al niño, por lo cual se sugiere que se tenga acceso a recorrer el espacio donde pasará sus horas estudiantiles en compañía del adulto de confianza, explicándole cómo será su tiempo allí.
  4. Considerar que, dependiendo de cada niño, puede haber cambios o puede ser un proceso sin mayores dificultades para el desarrollo de las habilidades cognitivas y socioemocionales. Para que el ingreso al colegio sea propicio, ayuda mucho una buena experiencia en el jardín infantil.
  5. Intentar fomentar procesos de autonomía en casa, buscando que realicen actividades relacionadas con lo que van a hacer en el jardín o colegio, por ejemplo, ir solos al baño, sacar útiles de sus mochilas y ponerse un delantal.
  6. Regular los horarios de sueño y alimentación. Comenzar, al menos, dos semanas antes del primer día de clases con la intención de adecuar los tiempos a las rutinas escolares.
  7. Ir involucrándolos en la preparación para esta nueva etapa, permitiendo que acompañen en la compra de materiales y vestuario.
  8. Fomentar actividades sociales que los relacionen constantemente con niños de la misma edad, para que vayan probando las capacidades socioemocionales adquiridas, al tiempo que vayan forjando otras.
  9. A través de la vida cotidiana, reforzar patrones de comportamiento sobre la aceptación de límites y el respeto a la autoridad. Por ejemplo, que desde antes del ingreso al jardín tenga responsabilidades como ordenar su pieza, recoger sus juguetes o poner la mesa.

¿Se está adaptando bien mi hijo?

Hay algunos indicadores que responden esta pregunta, por ejemplo, que los miedos y la ansiedad disminuyan paulatinamente. También debe ir logrando adecuar sus rutinas diarias, como levantarse sin mayores dificultades, preparar sus materiales y ropa. Otro ejemplo de que las cosas van bien es que el niño cuente sobre las actividades diarias que va realizando y que observemos que narra con alegría o tranquilidad sus aprendizajes y experiencias.

Si lo anterior no está presente, si notamos que le está costando adaptarse, lo primero es intentar reconocer nuestros propios miedos y ansiedades e intentar no traspasarlos al menor. Luego, invitarlos a hablar sobre lo que sienten y, cuando lo hagan, escucharlos atentamente. Es ideal conversar con ellos todos los días, pero sin presionarlos, sino invitándolos al diálogo.

Tan importante como lo anterior es que en todo momento los acompañemos en su proceso de adaptación y estemos disponibles para hacer actividades de relajación, como, por ejemplo, ejercicios de respiración antes de dormir: inhalar y exhalar como ayuda para el autocontrol.

Es fundamental, además, ser muy dulces y cálidos a todo instante, pese a verlos demandantes, ansiosos o irritables, recordando que somos los adultos a cargo y ellos necesitan de nuestra capacidad reguladora y afectiva.

Otro punto clave es evitar hacer cambios en las rutinas diarias y conversar con las educadoras en privado sobre cómo va el ajuste, pero no a diario, sino dándose plazos paulatinos y razonables.

Y si el proceso de adaptación demora más de un mes o si los síntomas se intensifican, el camino es empatizar y permitirles que se demoren en este proceso, siempre transmitiendo confianza, aceptación y seguridad. Y en el caso de que la situación se mantenga en el tiempo o se complejice, buscar ayuda profesional.