Aprender del bajo rendimiento

Publicado el 22 de noviembre de 2016

Hablamos de este concepto cuando un alumno no alcanza el aprendizaje esperado según edad y nivel pedagógico. El porqué del problema puede tener muchos orígenes y entre los de mayor recurrencia figuran aquellos relacionados con trastornos de aprendizaje.

Existen diferentes estudios y cifras referentes a los problemas de rendimiento escolar, pero en promedio, se estima que cerca del 30% se relaciona con trastornos de aprendizaje. Entre estos resulta común la dislexia, es decir, la dificultad para aprender a leer y escribir que afecta, aproximadamente, a uno de cada ocho alumnos, en el grupo de niños de entre 7 y 11 años. Otras causas del fracaso académico son el trastorno de déficit de atención y los problemas emocionales de todo tipo.

Francisca Gardulski, psicóloga educacional y clínica infantil, ahonda en las causales y señala que también existen factores externos, esto es, cuando se trata de situaciones que no permiten que el niño alcance los objetivos esperados para su edad, excluyendo casos en que existe alguna necesidad educativa especial. “Pueden ser factores familiares, por ejemplo, la separación de los padres, algún duelo reciente o altos niveles de exigencia académica.

Otra causal de bajo rendimiento–comenta la sicóloga– es que el niño no se encuentre en un colegio acorde a sus habilidades y motivaciones. La especialista invita a considerar que hay distintos métodos de aprendizaje y enseñanza. Por ejemplo, en el caso de un niño al que siempre se le obliga a estar escuchando una cátedra, lo más probable es que se distraiga de la clase y no logre captar los contenidos, porque en la actualidad algunos niños necesitan aprender mediante diversos sistemas, y complementar el escuchar con otras maneras de acceder al conocimiento. “No hablo de hiperactividad, sino de un niño completamente normal que necesita mover y sentir su cuerpo”, dice Francisca. Otro caso puede ser el de un alumno muy activo al que le cuesta más que al resto mantener el orden y la continuidad de sus actividades, que presenta algunas dificultades para autorregularse: “A ese niño, por ejemplo, no lo puedo tener en una sala con un gran número de alumnos por clase. A lo que me refiero es que hay que buscar un colegio que pueda satisfacer la mayoría de las características del alumno”.

Problemas de rendimiento

Resulta importante mencionar que las dificultades de rendimiento están inmersas en dos áreas. La primera es académica, donde se entiende como el no alcanzar los objetivos mínimos de aprendizaje planteados para el año escolar, en más de dos materias o áreas de formación. Por lo tanto, al no hacerlo, el alumno debe repetir de curso. Gardulski afirma que la segunda área, la más importante a su juicio, es donde el niño no logra adecuarse e integrarse a su grupo de pares, formar lazos de amistad, participar de las actividades o adecuarse al método de enseñanza y evaluación del establecimiento.  

Otras clasificaciones distinguen los problemas de rendimiento, como:

  • Primario: cuando aparecen al inicio de la etapa escolar, usualmente asociados a dificultades madurativas. Por ejemplo, retraso en el lenguaje. Se debe estar atentos, porque se solucionan espontáneamente o pueden llegar a ser la base para un fracaso escolar permanente.
  • Secundario: surge cuando hay cambios, como en la adolescencia o por algún hecho puntual en la vida del niño, procesos que pueden interferir momentáneamente su desempeño.
  • Circunstancial: cuando se trata de un mal rendimiento aislado, vinculado a una asignatura específica, en un período acotado, por ejemplo un año, o en relación con un modelo de enseñanza específico.
  • Habitual: cuando desde el comienzo de la escolaridad hay problemas y se mantienen en el tiempo. Es el más peligroso, porque no se suele considerar como tal hasta cursos superiores.

Soluciones y consejos

Lo primero es dejar de ver el mal rendimiento como un fracaso escolar. Es mejor tomarlo como un indicador de que algo está ocurriendo en la vida de esa persona, algo que le hizo no rendir como se esperaba para su edad, sentencia la psicóloga; en segundo lugar, la profesional propone asumir la diversidad y comprometernos con que cada niño o joven es un mundo distinto, con necesidades y habilidades diferentes y que es imposible esperar que todos rindan de acuerdo a una estrategia generalizada; tercer consejo, y no menos importante, trabajar la autoestima y el autoconocimiento, potenciando el desarrollo de habilidades diferentes. “¿Por qué no pedirle al niño que escoja cómo quiere ser evaluado, teniendo en cuenta cómo se siente más cómodo e ir potenciando, poco a poco, las formas y actividades que le complican un poco más? Hay que ayudarlo a que se enfrente a todo, lo fácil, lo difícil, lo cómodo, lo incómodo, pues sabemos que la vida no se va a adecuar a su ritmo, pero sí podemos ayudarlo a que lentamente se adecue al ritmo general”, afirma Francisca.

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Por último, cabe destacar que el área emocional es la que más afecta un mal rendimiento. Al ser tan fuerte el concepto de fracaso, atacamos directamente la autoestima y la motivación, motores para desarrollar cualquier cosa que nos propongamos. “Puede que el niño tenga habilidades, pero si emocionalmente no está bien, no va a acceder al contenido. Por eso resulta relevante evaluar qué es lo que yo, como papá, educador o líder, quiero que mis niños logren. Creo que es muy importante que sea algo global, no solo enfocado a lo académico”, concluye la psicóloga.

Para prevenir: práctica docente

Cuando se trata de evitar el fracaso escolar, la labor del profesor es fundamental, afirma la sicóloga: “Me parece que el educador debe cruzar dos puntos muy importantes y estos son la motivación y la diversidad a la hora de presentar un contenido. Es decir, que cuando planifique la forma de acceso a la materia tenga varias opciones para atender las diferentes formas de aprendizaje del grupo, ya sean visuales, auditivas, etc. Y a la hora de evaluar si el estudiante o el grupo lograron adquirir el contenido, también tener en cuenta la diversidad. Si tengo como alumno a un niño tímido, que no participa mucho en clases y le pido que haga una presentación, lo más probable es que tenga una calificación menor a que si le pido que escriba un ensayo o desarrolle una prueba escrita.”

La forma de acceso al contenido es fundamental. No nos podemos quedar siempre en el dictado y la prueba de alternativas, ya que cada niño es un universo diferente y tiene habilidades y debilidades distintas, lo que no significa que no pueda lograr un aprendizaje.

La familia

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Si bien se entrega gran responsabilidad al educador al momento de presentar y evaluar el contenido o los objetivos planteados, si no existe una familia que sea contenedora, que comprenda que no todos los niños rinden de igual forma, que son todos diferentes y que las notas no son el único indicador de que el niño está aprendiendo y creciendo, sin duda, podríamos vernos expuestos a un posible ‘fracaso escolar’, advierte Gardulski. Por eso, la especialista sugiere:

  • No comparar a nuestros hijos con los del amigo, con el hermano o con uno mismo cuando tenía su edad. Con eso hacemos un ataque directo a su autoestima y vamos a marcar de forma irreversible la imagen que ese pequeño se está formando de sí mismo. 
  • Conocer a nuestros hijos. Tenemos que acompañarlos en el proceso de descubrir cuáles son sus habilidades y dificultades, aceptarlas y contenerlos emocionalmente. 
  • Estar al tanto del proyecto educativo del colegio en el que se ha matriculado al niño, esto es, comunicación permanente con el colegio, sus valores, modelo pedagógico, y mantenerse informado de lo que pasa con el niño dentro del establecimiento. Asimismo, informar a la institución sobre situaciones familiares puntuales que podrían afectar su desempeño académico.
  • Atender a los cambios fuertes y drásticos en sus rutinas y conducta.
  • No estandarizar a los niños y comprender que si mi hijo no logra acceder a algún objetivo y necesita más apoyo para algo eso no es negativo, solo le está costando un poco más. En el mismo sentido, hay que dejar las etiquetas de lado y evitar frases perjudiciales como ‘el es hiperactivo, por eso no entiende’ y ‘es que no es tan inteligente, le cuesta más’.

    Paula Reyes Naranjo Periodista