Criar niños felices

Publicado el 26 de abril de 2021

Llena de aristas, la felicidad ha sido objeto de muchas interrogantes e investigaciones. Se estima que un importante porcentaje deriva de factores genéticos, pero también de las experiencias que se viven día a día. En este último caso, se puede de aprender a controlar con la voluntad, por lo tanto es factible aprender a ser feliz y a entregar una educación con esa finalidad.

¿Existe un secreto para la felicidad? Dinamarca parece haberlo encontrado. Este país figura desde hace años en los registros de la OCDE como el país más feliz del mundo, y su clave estaría en el estilo de crianza.

¿Cómo educan los padres daneses? Desde muy pequeños, sus hijos están en contacto con sus sentimientos, lo que les permite lograr seguridad en sí mismos y ver el lado positivo de las cosas. Así lo expone Jessica Joelle Alexander, sicóloga norteamericana coautora, junto a la psicoterapeuta danesa Iben Dissing, del libro Cómo Criar niños felices - El método danés para desarrollar la autoestima y el talento de nuestros hijos (Editorial Planeta). Según las autoras, el buen resultado de la experiencia de crianza en Dinamarca se debe también a factores como el juego, la autenticidad y la sensación de comodidad.

● Jugar es descrito como fundamental para el desarrollo y útil para mejorar las habilidades de superación de adversidades, la adaptación y establecimiento de metas. Las expertas recomiendan crear un entorno enriquecedor donde el arte sea aliado, dejando que niños y niñas exploren el mundo y compartan con menores de diferentes edades.

● La autenticidad se refiere a enseñar a reconocer y aceptar los verdaderos sentimientos, sean buenos o malos, así como actuar de acuerdo a los valores. De esta forma, los niños y niñas se preparan para hacer frente a desafíos y momentos difíciles de la vida sin rendirse. En esta tarea no se debería saturar de halagos a los menores, sino centrarse en lo que han hecho, relevando los avances y fomentando la idea de que pueden volverse expertos, pero dejando claro que aún no lo son, pues así podrán mantener un equilibrio entre la humildad y la valoración de sí mismos.

● En cuanto a la comodidad a la que se hace referencia, tiene relación con el sentirse unidos. Uno de los indicadores más importantes de bienestar sería el tiempo de calidad que pasamos con los amigos y la familia, entonces, la invitación es a aprovechar al máximo los momentos compartidos y construir un ambiente acogedor.

Circunstancias, genética y voluntad

Desde la perspectiva de la sicología, y en particular de la sicología positiva, el sicólogo estadounidense Martin Seligman habla de los estados de felicidad, los cuales dependen de tres aspectos fundamentales: circunstancias, genética –componentes hereditarios no modificables– y voluntad. Esta última se puede moldear y tiene una influencia de hasta un 40% para lograr ser una persona feliz.

Vale una aclaración respecto del factor genético, al que se le atribuye un 50% de influencia en la posibilidad de ser feliz. Nos aclara el sicólogo y magíster en sicología clínica Pablo Rodríguez que más que la existencia de una relación causal directa, habría factores genéticos que aumentan o disminuyen la probabilidad de que ciertas características sicológicas y afectivas se expresen o no.

¿Qué ocurre con las circunstancias o factores externos? Tendrían una influencia de 10% en los estados felices. Aquí nos referimos a una amplitud que abarca desde la naturaleza (clima, luminosidad, virus, etc.) hasta lo social (educación, calidad del cuidado en los primeros años de vida, exposición a la violencia, etc.). “Es por ello que la crianza juega un papel fundamental en el desarrollo del ser humano en términos de ser felices, puesto que es en nuestros primeros años donde se generan las modificaciones estructurales necesarias (orgánicas y psicológicas) que permiten la expresión o inhibición de los potenciales heredados y también de los adquiridos”, dice el terapeuta.

Francisca Yousef, sicóloga clínica de la Universidad del Desarrollo, complementa señalando que el cerebro se empieza a formar en la gestación. Durante el embarazo, la madre traspasa emociones a través de hormonas, con lo cual se empieza a establecer la historia emocional. Al nacer, ese niño o niña aprende de los modelos más cercanos a cómo regular sus emociones, a tolerar frustraciones y construye formas de resolver sus problemas, todo mediante observación y de manera innata. Asimismo, mediante las respuestas de los adultos, al percibir cómo responden a sus necesidades y los límites que le ponen, se crea la estructura cerebral y con ello se marca el desarrollo de la personalidad.

Aunque solo tenga un 10% de incidencia, es importante considerar que las vivencias sí influyen en la felicidad, sobre todo cuando se trata de experiencias tempranas. “Sean positivas o negativas, se integran al sistema para luego generar un proceso de normalización que supone una estructura modificada, distinta de la anterior. Si a un niño o niña se le corrige enérgicamente luego de ponerlo a salvo en una situación peligrosa a la que se vio expuesto a causa de su porfía, la vivencia de este evento impactará en diversas áreas (sistema nervioso, memoria, afectos, conducta, etc.) de tal manera que si ocurre la integración, es decir, si la vivencia se registra en algún lugar de la subjetividad, el niño o niña adquirirá un nuevo nivel de funcionamiento, de comprensión y comportamiento. Estas vivencias se convertirán, de allí en adelante, en lo normal –por eso se habla de normalización–; lo cual es susceptible, claramente, a nuevas modificaciones”, explica Pablo Rodríguez. Agrega que es allí donde hay aprendizaje, crecimiento y desarrollo.

Las experiencias vividas y sus circunstancias, una vez integradas o registradas en nuestro ‘sistema de memorias’, sirven de marco referencial para enjuiciar y resolver situaciones presentes y/o anticipar situaciones futuras, es decir, pueden moldear o ajustar nuestro repertorio de pensamientos y acciones, permitiéndonos resolver problemas e influenciar nuestras circunstancias. En definitiva, tener más control de lo que nos ocurre.

¿Los adultos primero?

Para criar niños felices sería importante comenzar por trabajar en la propia felicidad, en nuestra propia actividad emocional. La psicoterapia es una buena herramienta –dice Pablo Rodríguez–, porque puede facilitar la asociación, integración y balance entre pensamientos, afectos y comportamientos capaces de propiciar o ser componentes de la felicidad. Esto, para que las personas tengan posibilidad de desarrollar una re-lectura de su historia y re-descubrir en ella los momentos felices, re-vivenciarlos: “Si logramos generar un ajuste, o más bien una ‘toma de posición’ que nos permita dar nuevas lecturas, interpretaciones y significados a nuestras vivencias pasadas mediante un ‘filtrado positivo’ es altamente probable que nuestro presente lo percibamos y enjuiciemos positivamente”.

Nada de lo anterior se logra si no deseamos hacerlo, pues el deseo sería el gran motor de nuestras vidas, dice el profesional. Por otro lado, nunca hay que cegarse: la vida tiene momentos difíciles, duros, dolorosos, y negar eso es un error que más daño crea, pues encierra en un mundo de fantasías desancladas de la realidad, lo que no permite crecer o desarrollarse. “También es un error, más dañino aún, pensar el mundo y la vida mediante un ‘filtro negativo’, pues lisa y llanamente este mundo está lleno de elementos buenos”, dice Rodríguez.

Algunas de sus sugerencias concretas son:

● Darse una tregua de algunos minutos y observar a nuestro alrededor, re-encantarnos con la belleza que pareciera oculta; cerrar los ojos y mirar en los propios recuerdos todo lo bello que alguna vez agitó el corazón. En ese momento hay felicidad, quizás como un desfase, como cuando agradecemos estar vivos después de un momento cercano a la muerte, o cuando comprendemos tardíamente los consejos que nos diera alguna vez alguien significativo.

● Examinar la vida en todo lo infinito que puede entregar, no en lo poco que quita.

● Renunciar a lo que nos daña, soltemos las amarras con que nosotros mismos nos atamos a lo que nos hace daño, dejemos de culpar a otros. Hay que abrazar como un acto de voluntad aquello que nos hace sentir felices.

● No olvidemos que somos ejemplo. Los pensamientos y conductas son aprendidas gracias a la relación con personas próximas a nosotros; ocurre mediante un proceso de imitación e integración, una especie de aprendizaje social que va modelando nuestro propio repertorio de pensamientos y conductas. Aprendemos, en cierta medida, de lo que vemos y nos entregan de forma activa o pasiva.

● Esforzarse e insistir siempre en ser conscientes de las actitudes que tenemos, de nuestras formas de ser y actuar frente a los niños; es importante visualizarlas para reforzar aquellas que son positivas y tratar de minimizar las negativas, alimentar nuestra humildad para poder solicitar y recibir ayuda, entendiendo que el equívoco reconocido es también fuente de aprendizaje para uno mismo y los demás, sobre todo, cuando se acompaña de reparación.

Cuidar la inteligencia emocional

Para que la felicidad sea la protagonista en la vida de los niños y niñas, es importante facilitar y reforzar la inteligencia emocional. Fomentándola, los pequeños pueden aprender a controlar y regular sus emociones, así como a a resolver conflictos de manera pacífica; como consecuencia, logran tranquilidad y armonía en su carácter.

La inteligencia emocional también se relaciona con la empatía, la adaptación a contextos nuevos, a la integración. “Por todo eso es que juega un importante papel en la felicidad, ya que depende en gran medida de la resolución exitosa de nuestras vivencias y relaciones que generan un fuerte impacto en nuestra subjetividad”, comenta Pablo Rodríguez. Vale trabajar en ella, dice el sicólogo, porque también abre la posibilidad de nuevos aprendizajes, expande ámbitos de experiencias y multiplica y fortalece las herramientas para enfrentar el mundo, generando así las condiciones necesarias para que la felicidad se dé más prontamente, se sostenga en el tiempo o se viva con una frecuencia más alta.

Francisca Yousef añade que la inteligencia emocional se relaciona con conocerse uno mismo y regularse: “Las emociones son biológicas y generan un impulso, una acción. Por ejemplo, ante la emoción del miedo escapamos o luchamos, y en ese sentido, el poder controlar algo tan biológico requiere voluntad y esa es una habilidad que se desarrolla. Cuando se toman decisiones, el cerebro no solo considera la parte racional, también lo emocional, por ello, podemos llegar a decisiones más acertadas si tenemos las habilidades para eso. Si contamos con una inteligencia emocional desarrollada nos vamos a poder desenvolver mejor con otros y conocernos mejor, eso implica poder poner límites de lo que no nos gusta, que no nos pasen a llevar, así como también usar las propias capacidades para conseguir objetivos, aprender, motivarse, perseverar a pesar de los obstáculos, ponerse en el lugar del otro y llegar a tener relaciones importantes. Cuando la inteligencia emocional no se desarrolla adecuadamente, aumenta el nivel de insatisfacción con la vida y la capacidad de sentir placer”.

Pautas de crianza feliz

Hay estudios, como los de la doctora Sonja Lyubomirsky –profesora de la Facultad de Sicología de la Universidad de California–, donde se plantea que existen actividades o pautas básicas para los padres y adultos del entorno de un menor, acciones destinadas a fomentar la felicidad en los niños y niñas. En general, corresponde a promover la gratitud, la amabilidad, trabajar en equipo, comunicarse, demostrar integridad y desarrollar actividades en conjunto. Se trata de:

● Ser amable: los niños amables experimentan más satisfacción y energía, resultan más cariñosos y agradables, incluso, gozan de mejor aceptación social. Supone algo más que dibujar una sonrisa en el rostro para activar la simpatía en el otro, se trata de poner en práctica la empatía, la comunicación, la bondad, el respeto por las diferencias, sin que necesariamente se comparta la opinión con aquel que piensa distinto, lo que ayuda a reforzar la propia individualidad.

● Dar las gracias: la gratitud es un factor que favorece la estabilidad mental y permite que los niños y niñas valoren más su entorno. Además, enseña humildad, “aquella que nos permite abrirnos a aprender a través de los otros, al respeto y la relación positiva con los demás. Así también se aprende a recibir ayuda y conocimiento. Resulta importante destacar lo feliz que nos puede hacer el agradecimiento de otros”, dice Pablo Rodríguez.

● Ser positivo: criar a los niños y niñas en un ambiente con positivismo les entrega seguridad y posibilidades de controlar mejor sus pensamientos, también de creer más en sí mismos y de ser optimistas. Mostrarse positivo enseña a ‘filtrar positivamente’, a centrarnos en encontrar soluciones prácticas y creativas a los problemas, a generar y desarrollar relaciones saludables con los demás y practicar la ayuda recíproca.

● Reír y crear ambientes de alegría son caminos directos. También demostrar que es posible disfrutar de las cosas simples. Francisca Yousef advierte un punto importante: “Más que mostrarse positivo, porque los niños y niñas son expertos en lenguaje no verbal, lo importante es demostrar que frente a una circunstancia hay distintas formas de mirarla”.

● No etiquetar a la gente en general y, por supuesto, a los niños y niñas. Evitar, por ejemplo, decirle ‘eres malo’, ‘eres flojo’ o ‘eres llorón’, porque predispone para que moldeen su actitud hasta encajar con ese perfil. Por otro lado, no etiquetar a las personas enseña a no disfrazar u ocultar nuestras debilidades y dificultades.

● No dramatizar en exceso: se trata de dar justo valor a las cosas y a las situaciones. Si dramatizamos, hacemos ver los problemas como casi infranqueables, les atribuimos dimensiones que no corresponden con la realidad y con ello aprendemos a ahogarnos en el conflicto, en lugar de trabajar por una solución. Esta actitud fomentará el desarrollo de habilidades síquicas, cognitivas y afectivas.

● Estimular la independencia de los niños y niñas potencia autoestima, seguridad y confianza en sí mismo. Promover la autonomía resulta adecuado para el desarrollo de un siquismo bien delimitado, lo que les permitirá desarrollar habilidades instrumentales necesarias para la autovalencia; en la medida que se sientan capaces de aceptar y superar los nuevos desafíos, podrán desarrollar nuevos aprendizajes que les permitirán desenvolverse exitosamente.

● Destacar logros personales: conseguir objetivos por mérito propio resulta muy gratificante y los adultos debemos animar a los niños y niñas en ese sentido. Destacar la consecución de un objetivo fortalece la autoestima, el desarrollo de un pensamiento crítico propositivo y enseña a reconocer nuestras propias fortalezas.

● Escuchar a los hijos/as y dedicarles tiempo para conocerlos y saber lo que piensan, lo que les motiva, gusta, conmueve o preocupa también es necesario. Así se evitan, por ejemplo, casos como el de un niño que va obligado a una actividad que no le agrada.

● Plantear metas: de algún modo, pareciera que los niños no deben tener metas o no tienen un rol específico. Francisca Yousef señala que ayudar a que los niños y niñas tengan un objetivo o un papel dentro de la sociedad puede ser altamente estimulante: “Cuando no lo tienen, por más simple que sea ese rol, pierden el sentido de vida. Es importante que ocupen sus capacidades en algo que les motive”.

Más allá de las condiciones genéticas heredadas, los padres y el entorno familiar juegan un rol preponderante al momento de construir en el cerebro de los niños y niñas una condición de salud mental saludable y que propicie la felicidad. Tengamos conciencia de ello y contribuyamos en los cimientos de la formación de un futuro feliz y pleno.